EncontrARTE. Desde Ariño, donde tiene su casa y su taller, desarrolla su vida personal y profesional como escultor, pintor, dibujante, profesor e incluso músico
Sin presiones, poco a poco y disfrutando. Así se está tomando el proceso que ha iniciado, esta vez, en torno a la pintura. Joaquín Macipe (Ariño, 1975) está inmerso en una serie de más de una treintena de cuadros de formato grande y en óleo en blanco y negro. «Llevo un par de años y me quedará para cinco o seis», calcula. «No tengo ninguna prisa, lo que me interesa de verdad del arte es el camino, todo el proceso creativo», añade. En procesos a largo plazo es difícil vaticinar el final. Va cambiando a la par que el propio artista y su forma de pintar y entender el proyecto.
Para Macipe el confinamiento ha sido muy intenso en su trabajo de docente. «El tiempo se lo dediqué a los alumnos y es que no se pueden exigir unos horarios porque cada casa es un mundo. Lo que me quedaba era para mis hijos», añade. Como el tiempo para crear no ha existido ahora en el reposo estival lo ha tomado con ganas pendiente de lo que pueda pasar a partir de septiembre en un sector como el de la Educación donde, de momento, sólo tienen incertidumbre. «No sé si se ha reconocido la valía del profesorado en esta pandemia. Se ha trabajado y luchado mucho, se ha cambiado el sistema en 24 horas y quizá el resultado es un poco agridulce… ingrato», reflexiona. Imparte clase desde hace 15 años en el IES Damián Forment de Alcorisa a chicos y chicas de 12 a 17 años. «Son fantásticos, en esta edad tienen cosas muy buenas y no llevo bien que se les demonice ahora. Porque uno no lleve la mascarilla, no es justo generalizar», defiende.
«Pintar es como respirar»
Esta plaza en el instituto es lo que le trajo a Ariño porque, aunque siempre ha hecho gala de su pueblo -como su hermano, el cineasta Javier Macipe– nació en Zaragoza. Estudió Bellas Artes en Valencia y en cuanto logró su puesto en Alcorisa, se arregló la casa de los abuelos y se instaló en su pueblo, el mismo en el que le picó el gusanillo artístico. «Mi abuelo materno pintaba y a mi padre también le gustaba. Era amigo de Manuel Blesa y siempre he estado rodeado de pinceles», cuenta Joaquín, que siempre se recuerda a sí mismo dibujando. Es casi como un mecanismo de concentración hacer «dibujitos» en cualquier momento en el que cae entre sus manos papel y boli. «Para mí, era una fantasía vivir de continuo en Ariño y lo tuve clarísimo», asegura.
«A veces creo que cometemos el error de transmitir que vivir en el pueblo es un esfuerzo y no es así, simplemente se trata de asumir de que hay más modelos de vida aparte del de la ciudad», reflexiona y añade: «Yo he encontrado más oportunidades laborales aquí que las que hubiera tenido en la ciudad».
Toma el testigo en EncontrARTE de Roberto Morote, diseñador y también defensor de la vida en el medio rural. Joaquín tiene un amplio currículo de exposiciones y de certámenes en el territorio. Cada quince días, en La COMARCA se encarga de ilustrar La Tira. «¿Esto en una ciudad? Complicado», opina. A través de estas crónicas dibujadas retrata la actualidad y nunca deja a nadie indiferente. En una de las últimas, el protagonista era un profesor en la playa ahogado en sus pensamientos de la incertidumbre del inicio de curso. Esta crítica ha dado la vuelta a las redes sociales.
Es inquieto y vive y contribuye con su entorno participando en las iniciativas que se proponen, tanto desde su faceta artística como desde la docente removiendo inquietudes entre su alumnado. Conocido es su trabajo de dibujante pero también el de escultor, una disciplina a la que ha dedicado unos cuantos años. Es uno de los nombres ligados al alabastro desde hace tiempo con su participación en los Simposios de Albalate donde también se ha llevado sus reconocimientos. «Lo trabajé en la carrera con el escultor valenciano Vicente Ortí y aluciné», sonríe. Destaca la forma única que posee el alabastro de jugar con la luz y la humildad que se requiere al artista para enfrentarse a él «porque sabes no lo vas a doblegar». Y es que no es sencillo porque además, es rencoroso. «Un mal golpe te puede salir al tiempo», apunta. «Me encanta y toneladas, no, pero cientos de kilos igual sí tengo esperando», ríe.
Aparcó la escultura por la pintura en la última Bienal de Arte de Crivillén de la Comarca de Andorra Sierra de Arcos cuando presentó un cuadro en blanco y negro. «Me gustó y decidí seguir y comencé la serie que llevo ahora entre manos», señala. Al contrario que la escultura que requiere de sesiones largas de trabajo en el taller, la pintura permite pequeños disfrutes diarios. «Pintar es esencial para mí, es como respirar», concluye.